La urbanización me había costado 5€ más por metro cuadrado. Meses antes de empezarla, mi socio el contratista y yo habíamos llegado a un acuerdo, apretón de manos incluido, por un precio cerrado, pero unos días antes de arrancar la obra y sin capacidad de marcha atrás por mi parte, el precio cambió.
- Estamos viendo que urbanizar va a salir más caro por culpa del firme y algunas mejoras que deberíamos hacer, que el arquitecto no tuvo en cuenta. Me dijo con sorna a la espera de una mala reacción mia.
- ¿Cómo? No me jodas, tenemos un precio cerrado y no me muevo... y lo sabes. No daba crédito a lo que oía.
- ¡A mi no me digas que no te joda! ¡El único que ha venido aquí a joderlo todo eres tú! ... no me jodas, dice. Su dura piel se tomó casi roja y sus gestos indicaban un cabreo de aúpa. Se pasó un pañuelo por algo de sudor que no logré detectar, y me clavó una mala mirada.
- No vas a esperar que me fume un puro viendo como una obra absolutamente rentable para ti aumenta otros 65.000€ de facturación sin justificación alguna, ¿no? El precio se queda como acordamos, tú ya conocías el proyecto de ejecución cuando acordamos el precio. Ya me está tocando las narices este tío, pensé profundamente.
- ¡Bueno, mira! La obra va a costar 5€/m2 más y se acabó, a ver si no te acuerdas que aquí somos administradores mancomunados, eh? no lo olvides.
Touché, si no me había convencido antes, ahora si que si. Él sabe que no voy a permitir ni medio día de retraso más en esta bazofia de obra y que despedirle podía suponer un año más... ¿tal y como están los constructores de solicitados estos días? seguro.
- Vaya mierda de sociedad y vaya mierda de obra. Pensé entonces mientras caminábamos callados por una acera de Guadalajara. Al día siguiente le llevé un contrato con el nuevo y abusivo precio de obra para evitar males mayores (para mi, claro). Contrato que firmó y dimos por comenzadas las obras de aquella ambiciosa urbanización.
Hoy, medio año después, la obra está a punto de terminar. Hemos dejado partes de las farolas sin poner, tiene unos blandones en el asfalto, no han terminado una zona ajardinada y no han podido quitar unos árboles que pidió el ayuntamiento quitar. He pedido permiso al "excelentisimo" para que nos permitan acabar estos detalles después de finalizar las casas, para que no se deteriore todo durante la obra. El alcalde ha accedido a mi propuesta, previa firma de un acuerdo, sellado, por triplicado, visado por arquitecto municipal, interventor, concejal de obras y yo que se cuánta gente más. El arquitecto municipal me ha perdonado la vida, dado que mi socio ha terminado el asfaltado de la calle principal con hormigón y no con asfalto. Esto no nos ha gustado a nadie, pero le hemos dicho que tendrá que cambiarlo al final de la obra de las casas y él ha aceptado a duras penas.
Para intentar revisar las obras de urbanización y a mitad de obra intenté mandar a nuestro aparejador de cabecera y solventar algunos defectos que veníamos viendo en la ejecución. A mi socio, aquello, le pareció fatal y echaron a Manolo (aparejador) de la obra. Esa misma mañana me llamó y me recordó que debería leer el contrato de obra "aprecio cerrado" (si, si el de los 5 € más) en el que se acordaba "...la propiedad no entraría a valorar los trabajos...", y que "...el contratista se ceñiría al proyecto de ejecución..." También me dijo que no iba a dejar entrar a nadie más que a su personal y propiedad.
En fin, las cartas ya estaban sobre la mesa, mi socio había aprendido lo que significaba tener la sartén por el mango ...y a dar sartenazos. Yo había aprendido que en este negocio había que ser un verdadero hijoputa y que ya no quería estar ni un minuto más con el tipo de la sartén y su sofrito de empujones.
Si esta sociedad había que separarla, teníamos muchos asuntos que resolver, entre ellos dos promociones por empezar y terminar: los chalets y una rehabilitación en el centro de Sigüenza, pero ahora me tenía que ocupar de conseguir la dichosa licencia de obras para los chalets y enderezar el rumbo de la financiación de los mismos a cargo de CCM, que tampoco iba bien.
¡Socorro!