Dadme un cacahuete y lo convierto en un pastelito, reciclo su cáscara y hago ropa o utilizo sus características oléicas para una crema hidratante ¡qué se yo de cacahuetes! Soy un empresario, así que entiendo bien cómo se transforma la materia. Sólo necesito algo de tiempo, algo de dinero y muchas ganas y prometo conviertir cualquier cosa... en otra.
Eso es ser empresario, dormirse harto del mundo y levantarse decidido a cambiarlo o a mejorarlo. Somos una rara especie con un gen loco que nos empuja a arriesgarlo todo, a jugárnos el tipo por una idea que más o menos brillante nos iluminó bajo la alcachofa de la ducha, en medio de una aburrida comida familiar, o frente a una ventanilla única. Da igual dónde, la cuestión es que seguimos esa luz hasta que nos la damos o hasta que lo logramos.
Es verdad que nadie nos contó en el colegio, cuando todavía éramos pequeños, que seguir esa luz podía ser engañoso y llevarnos hacia un final caro. Nadie nos cuenta que cuando una idea necesita algo más que talento, que cuando una idea necesita dinero, ya no es arte, sino sólo en parte.
Quizás por eso, el arte del artista es más popular que el arte de la PYME. La putada es que el creativo sólo se necesita a sí mismo y el emprendedor además, dinero. O a lo mejor, el problema es que el empresario necesita pagar a otros para que le ayuden a lograr su sueño, mientras que el artista no, el artista no necesita contratar a nadie: es el dueño.
Para mi, el artista es un valiente y el empresario, un chalado. Para el cliente, el artista es un cachondo y el empresario un canalla. Para los amigos, el artista está feliz y el de la PYME, estresado. Incluso para hacienda, el artista no causa alta ni baja y el empresario, en cambio, otro mecenas que llena la caja.
El mundo lo mueve el amor, el sexo y las PYMES...aunque es posible que "PYMES" sea en breve sustituido por otra variable ya que, tal y como van las cosas, si nos dan hoy un cacahuete, nos lo comemos.
Haz PIÑA, cambia tu forma de hacer negocios, evita el POLLO.